sábado, 20 de septiembre de 2008

Copla del Arte Jondo

Tomasa reía, cantaba, soñaba

Se contaba en la corrala que había conocío a un galán, un señorito bien refinao, de esos de guante blanco, capa y chistera.

Amanecía tarde, cuando los hombres ya habían salio a faenar, se sabía por el rico olor a café que inundaba el patio, cuando de mañana sólo humeaba el olor de la achicoria.

¡Debía ser algún regalo del señorito!

¡Qué buena compañía llevaba Tomasa!

Dicen, porque yo nunca lo vi, que venía en carruaje a buscarla.

¡Qué elegante vestía!, la imaginaba sentá en el tocador cuando caía la tarde, perfilando sus ojos de gata, acariciando con rojo carmín sus labios, todo ello sin quitar el previo paso de los polvos con olor a rosa recién cortá.

Verla salir era un deleite para los sentíos, con su pelo bien recogio, con su onda bien marcá y la mantilla abrigando sus hombros desnúo. No había hombre en la corrala que no faltara de echar un piropo, ni mujer que muriera de celos sólo con verla ondear su cuerpo al ritmo de Machín.

Tomasa, reía, cantaba, soñaba.

¡Qué dulzura de mujer!, un torbellino de alegría, siempre bien dispuesta, si salía al mercao no dejaba vecino sin preguntar, si alguien lloraba acudía con un plato de migas bien acompañá.

¡Ese señorito que enamorá la traía!

Pensaya yo, si fuera ella, ¿Quién no querría bañarse en rubíes?, ¿Salir de una vida desprovista de alegrías?, y no vivir con poco más que un fardo de harina, tres gallinas y sin suerte donde echar las semillas. ¿Qué mujer no anhelaba verse engalaná y no con falda de algodón remendá hasta la sasiedad?.

Decía las comadres que no era de fia, calla a la sombra de Tomasa cuando la oía caminá.

Tendía los refajos no sin avivar la especulación, con la mirada penetrante de todas aquéllas que debatían si eran de seda o de algodón.

¡Ay!, ¡Tomasa!, poco atenga a los rumores soñaba con una vida fuera de la casa donde la habían visto nacer. Soñaba con salir cogía del brazo de su galán. Soñaba con vivir de día.

Pasaban los años. Tomasa ya no soñaba.

Amanecia tarde, se sabía por el eco de su llanto desgarrao.

¡Debía ser regalo del señorito!.

Un señorito bien refinao; de esos con promesa de deshonra.

Dicen, porque yo nunca le ví, que venía en carruaje a buscarla.

La imaginaba sentá en el tocador, cuando caía la tarde, maquillando sin prestancia la arruga cándida, utilizando sin pavor los polvos con olor a rosa marchita, pintando con atrevimiento los labios del desamor, subrayando la línea de un ojo debilitado en la soledad de los sueños.

Salía en la oscuridad, con su pelo bien recogío, con su onda bien marcá y la mantilla abrigando sus hombros desnúo. No había hombre en la corrala que no faltara de insultar, ni mujer que no se regocijara en la juventud muerta.

Tomasa ya no reía.

Ella lloraba, nadie acudía, se hablaba en la vencidad que era el pago de una vida de pecao bien consentido por la soberbia de quien cree en la divinidad del rostro.

¡Ese señorito que mala vida le traía!

Pensaba yo, si fuera ella; qué poco mal hace vivir con un fardo de harina, tres gallinas y sin suerte donde echar las semillas más falda de algodón remendá hasta la sasiedad.

Tomasa ya no cantaba.

Tendía sus refajos a la sombra de la verguenza que otorga una vida de amor sin correspondencia. No era satén o seda lo que ella quería, ni bisutería fino sino salir cogía del brazo de su galán. Vivir de día.

La Bruja.

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