El pueblo que lo vió nacer se llamaba AltaCuna, vino a formar parte de ‘la familia Piélagos’; apellido sin estirpe, sin rango ni pretensión. Fue el noveno de quince hermanos. Todos varones.
Una desdicha para esa mujer, retorcida por los años, sin nadie con quien compartir las faenas de la casa, sólo con él; a quien acunó con cariño hasta bien entrada la madurez.
Incluso en la austeridad de una casa para cuatro, iluminada a la sombra del hogar, crecieron fuertes, altos y vigorosos; buenos hombres acostumbrados a gachas, algo de caza y vino sin denominación; todos menos él, ligero, pequeño, suave, discreto.
En un paraje sin colores, en lo alto de la colina, vivía Tonino
La Bruja
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